El Real Madrid gana su 13ª Copa de Europa ¡Hala Madrid!
El
Real Madrid gana su 13ª Copa de Europa
El
Real Madrid, el campeón de los 13 latidos
Final
Champions League Real Madrid 3 Liverpool 1
Orfeo Suárez Enviado especial Kiev
Muestra
su idilio con el destino en una final en la que tiene de su parte el
resurgir de Bale y las desdichas ajenas, especialmente los errores de
Karius.
Ser cronista del Madrid es uno de los mejores y los peores oficios. Por
una parte, te permite convertirte en el escribano de los reyes del
fútbol, actores de un imperio que niega el sino de todo imperio: la
decadencia. Por otra, te frustra porque reduce los argumentos a la
nada y se mofa de la razón. La conclusión es la misma que Neruda
sacaba para el amor: el Madrid no se comprende si se mira, el Madrid
se comprende si se siente, en Kiev como en Cardiff, en Lisboa como en
Amsterdam, ciudades donde ha dejado su huella, sea con el destino de
su parte hasta para la desdicha ajena, sea por el trazo que un
artista pinta sobre el escorzo de un delantero.
El
corazón tiene razones que la razón no entiende y es el úncio que
puede explicar al Madrid de las 13 Champions, al campeón de los 13
latidos. [3-1: Narración y estadística]El número 13 no asusta al
Madrid, porque no hay 12 más 1 para quien sabe del amor que le
profesa el destino, tan ufano y ególatra como seguro y arrebatador.
El Liverpool no puede pensar lo mismo, sumadas todas sus desdichas,
la lesión de Salah y los errores infantiles de Karius. Quienes
abrazan la fe blanca se imantan de su autoestima, sienten que pueden
caminar solos, a diferencia de lo que cantan los hinchas de los reds.
Cuando observaron la candidez de su portero en contraposición al
vuelo de Bale, como el escorzo de un águila imperial, comprendieron
cuál es el sentido de la palabra jerarquía, para la que no es
necesario un acto completo. Basta un instante, un latido.La lesión
de Salah fue como un ansiolítico para un equipo que funciona con la
cafeína.
El
egipcio, futbolista franquicia del Liverpool, se tumbó en el césped
minutos después de un forcejeo con Sergio Ramos, convertido desde
entonces en el anticristo de sus aficionados. Quizás Miroslav Mazic
pudo señalar falta en la acción, pero poco más. Las lágrimas del
egipcio se reprodujeron poco después en el rostro de Carvajal, cuyo
llanto era el de un hombre que teme perderse más que la final, quién
sabe si el Mundial. Le pasó en Milán, antes de la Eurocopa de
Francia, y en Kiev, a pocos días de viajar a Rusia con la selección.
El destino que tanto ama al Madrid es maldito para uno de los suyos.
Mal asunto.
Arranque
'red'
Las
dos circunstancias, sin embargo, no significaban lo mismo en el
campo. Para Zidane era un contratiempo; para Klopp era trágico. Con
Salah en el campo hasta los 20 minutos, la agresividad y el partido
había sido de los reds, según lo esperado en el arranque.
Inmediatamente después, se invirtió. No sólo había perdido a su
futbolista de mayor calidad y en su equipo anidaba la sensación de
orfandad. No. Había ocurrido algo más: el Madrid había olido la
sangre. El depredador despertaba.En el plan de Zidane, sin embargo,
había otros plazos.
La
alineación, con Isco y Benzema, y sin Bale, mostraba sus
intenciones. El francés pretendía protegerse con el balón, gracias
a futbolistas muy seguros en la posesión y las transiciones, para
evitar la carga constante del Liverpool, y con el avanzar del
encuentro acelerar el choque. Una final no es únicamente un partido,
sino que alberga muchos partidos dentro de sí misma. Habría tiempo
para todos, para Bale y Asensio, porque el momento de correr
llegaría. El golpe recibido por el Liverpool con la pérdida de su
estrella, más emocional que cuantificable, fue el momento de poner
mayor ritmo al partido. Hasta entonces, no puede decirse que el
Madrid hubiera pasado apuros, pero si alguien se había distinguido
en el partido fue Keylor, al salir a los pies de Alexander-Arnold y
detener un disparo del mismo jugador, después de una media vuelta de
Firmino. El lateral buscó la espalda de Marcelo, tradicional talón
de Aquiles del Madrid. Ahí es donde Klopp envió siempre lo mejor
que tenía, fueran Salah o Mané, cambiado de banda tras la lesión
del egipcio.
El
técnico alemán hizo siempre lo que mejor pone en valor a su equipo,
al ordenar una presión alta en busca del fallo del Madrid en la
salida y armar ocasiones en dos toques. Mientras estuvo sobre el
terreno de juego, Salah puso la calidad en y Mané, un diablo a la
carrera, la velocidad. Jugar en su campo es temerario para un equipo
que no vale lo mismo a uno y otro lado de la medular. Además, sería
para Klopp hacer algo que desconoce, porque lo suyo es el frenesí.
Es
un entrenador de equipos y de atmósferas. No es extraño, pues, que
su Liverpool no sea el mismo en Anfield que fuera de sus muros. La
combinación es lo que le hizo llegar hasta Kiev, con actos
memorables frente a City y Roma. Lejos no fue lo mismo, pese a su
mala suerte y a su capacidad de rehacerse del segundo mazazo que
supuso no sólo encajar el primer gol, sino la forma de hacerlo, por
el primer error de su portero.Benzema había avanzado al espacio en
posible fuera de juego, pero la jugada empezaba de nuevo al acabar el
balón en las manos de Karius. Cuando el portero la quiso en poner
juego, inocentemente, Benzema colocó el pie y el balón acabó en la
red.
El
falló de Ulreich, en el Bernabéu, regresaba a la memoria, como si
fuera un guiño de la diosa Fortuna. Más lo haría en el tanto
definitivo, por sus manos d e manteca ante el disparo de Bale. Estaba
ya fuera del partido.La suerte juega, pero cuando llega, te ha de
encontrar en el lugar. El francés lo estaba, y justo es ese gol
después de un partido enorme, en el que entendió siempre lo que
quería su entrenador. Jugó de espaldas, se asoció y buscó la
profundidad, aunque sin encontrar siempre a los socios que habría
querido. No era el día de Cristiano.
Antes
ya había tocado la red en una segunda jugada, pero el portugués
estaba en fuera de juego en el remate.
Héroe
Bale
La
suerte, sin embargo, no es suficiente para una final, no para una
Champions en la que el Madrid ha superado sucesivamente a PSG,
Juventus, Bayern y Liverpool. Cuando todavía no había tomado
conciencia de su desventaja, el Liverpool encontró el gol en una
acción a balón parado. A Sergio Ramos le ganaron la partida y Mané,
convertido en la mayor amenaza tras la marcha de Salah, se avanzó a
Keylor en su coto. Zidane tuvo claro que era el momento de pasar al
segundo plan, de correr y pegar.
Isco
no había tenido la brillantez, ni la acidez de Benzema, salvo en un
disparo al larguero, por lo que fue el elegido para dejar su sitio a
Bale. Lo que hizo el francés, en cambio, no estaba en la cabeza de
su entrenador. No era posible imaginarlo. Por eso Zidane se rascaba
la calva en la banda. No podía creerlo. En un centro de Marcelo, el
galés se elevó de espaldas y emuló la chilena de Cristiano en
Turín. Puede que no tan perfecta en lo biomecánico, pero bañada
con el oro de una final, de un gol de victoria. Bale se ha convertido
en un jugador de instantes. Lo tuvo en Lisboa y lo ha tenido en Kiev.
El futuro, que parecía en entredicho, quizás no sea el mismo
después de la preciosista acción que coronó con un segundo tanto
donde sus mértios no fueron comparables a los deméritos de Karius.
El triunfo de ningún rey merece un señalamiento semejante.
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