Un Milagro en Navidad ocurrió en la batalla de las Ardenas durante la II Guerra Mundial

La foto corresponde a un "Paisaje nevado típico de las Ardenas. Este mismo lugar fue testigo de una de las batallas más importantes de la Segunda Guerra Mundial en el invierno de 1944 a 1945". Un milagro de Navidad durante la Segunda Guerra Mundial, en 1944, soldados americanos y nazis durante la batalla de las Ardenas, detuvieron las hostilidades para celebrar reunidos la Nochebuena.
…debió ocurrir el 24 de diciembre de 1944 en mitad del bosque de Hürtgen (Bélgica) para que seis soldados (cuatro nazis y dos americanos) depusieran sus armas y, por una noche, detuvieran la batalla de las Ardenas para cenar con una familia local al calor del fuego.


HISTORIA MILITAR
La curiosa cena de Navidad entre soldados nazis y americanos

MANUEL P. VILLATORO / MADRID

En 1944, durante la batalla de las Ardenas, una patrulla aliada y otra alemana decidieron detener las hostilidades el día de Nochebuena para disfrutar juntos de un asado
La curiosa cena de Navidad entre soldados nazis y americanos
(Foto: Fotograma de Stille Nacht – Das Weihnachtswunder)

Un milagro de Navidad. Eso es lo que debió ocurrir el 24 de diciembre de 1944 en mitad del bosque de Hürtgen (Bélgica) para que seis soldados (cuatro nazis y dos americanos) depusieran sus armas y, por una noche, detuvieran la batalla de las Ardenas para cenar con una familia local al calor del fuego. Aquel día podía haberse producido un baño de sangre pero, sin embargo, parece que el espíritu navideño logró vencer las diferencias existentes entre ambas patrullas.

Corría entonces el año 1944, y las cosas no marchaban precisamente bien para el hombre del eterno bigote: Adolf Hitler. Y es que, a pesar de que ya había conseguido que una buena parte de Europa se rindiera a su esvástica, ese año también se dio de bruces contra los aliados quienes -cansados ya de tanto Führer para arriba y Führer para abajo- habían movilizado a sus tropas y entrado en territorio alemán a través de las playas de Normandía.

A su vez, al pequeño Adolfo tampoco le gustó demasiado que los británicos conquistaran el puerto belga de Amberes y que los soviéticos amenazaran a su querida Alemania desde el río Vístula (Polonia). La situación se postulaba fea, y por ello, el Führer se dispuso a hacer lo que mejor sabía: tomar las armas en contra de todos aquellos que no profesaran el nazismo.

Concretamente, Hitler reclutó 25 nuevas divisiones (unos 250.000 soldados) con las que pretendía atacar por sorpresa la zona más desguarecida del cerco que estaban creando los aliados: las Ardenas, una región formada por frondosos bosques en Bélgica. Una vez rota la línea americana, sus tropas se dirigirían a toda marcha hacia Amberes con la firme intención de volver a tomar el puerto. De esta forma, y según la fantasiosa mente del Führer, los británicos abandonarían Europa al quedar sus tropas aisladas y divididas de las norteamericanas.

Comienzan las hostilidades
Sea como fuere, e independientemente de los objetivos imposibles que buscaba, el 16 de diciembre los planes de Hitler se hicieron realidad y más de 2.000 cañones iniciaron un bombardeo de una hora y media sobre 130 kilómetros de la línea norteamericana de las Ardenas. A su vez, y después de estos curiosos fuegos artificiales navideños, los más de 250.000 soldados y decenas de blindados alemanes iniciaron un asalto en masa sobre los sorprendidos aliados.

Este ataque inicial -que duró varios días- se tradujo en una masacre, pues los oficiales americanos no barajaban una ofensiva de tan alto calibre en un terreno tan boscoso y habían reducido al mínimo las defensas de la zona.. De hecho, los nazis –que tenían una ventaja numérica de tres a uno frente a sus enemigos- no tuvieron más que avanzar y acabar a base de fusil y ametralladora con los escasos aliados. Aquellos días, además, fueron muchos los soldados estadounidenses que se vieron separados de sus unidades debido al sangriento ataque.

Correr por la vida
Precisamente ese fue el trágico destino de dos militares norteamericanos que, el día de nochebuena, se hallaron perdidos bajo la noche en medio de un paraje desconocido. «Estos dos jóvenes norteamericanos deambulaban desorientados por el tupido bosque de Hürtgen, en la frontera germano-belga, al haber perdido contacto con sus tropas. Uno de los dos presentaba graves heridas, por lo que no podían continuar caminando por aquel terreno cubierto de nieve. Desesperados, se arriesgaron a llegar hasta la puerta de una casa solitaria en busca de ayuda pese a encontrarse esta en el lado alemán», explica el periodista e historiador Jesús Hernández en su libro «Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial».

Los soldados aliados pidieron ayuda en un hogar local
El frío era en esos momentos insoportable y la nieve caía acumulándose sobre sus cascos. Sin embargo, las condiciones meteorológicas no planteaban ningún problema en comparación con el miedo a caer bajo las garras de los soldados nazis. Y es que, los seguidores de Hitler habían demostrado ya su escasa piedad al haber acabado unos pocos días antes con cientos de prisioneros americanos.

Por suerte para ellos, la puerta de la casa la abrió una amable mujer que -a pesar de las nefastas consecuencias que podría tener para su familia- se ofreció a curar las heridas del soldado aliado. «Además, les invitó a compartir (…) la cena de Navidad, consistente en un suculento asado. Sorprendidos por esta hospitalidad, los norteamericanos aceptaron compartir la cena y pasar la noche en la casa», añade Hernández en su obra.

El invitado menos deseado
Parecía que aquella noche iba a ser perfecta para los soldados aliados quienes, al calor del fuego, decidieron tomar asiento en la mesa dispuestos a degustar una buena cena caliente. En cambio, el destino les tenía reservada una última jugarreta pues, cuando estaban a punto de comenzar a comer, un sonido seco sonó desde la entrada de la casa: alguien llamaba.

La mujer de la casa acogió amablemente a los americanos
La dueña, desconcertada, se levantó y abrió la puerta. Su sorpresa no pudo ser mayor cuando vio que al otro lado se hallaba una pequeña patrulla formada por tres soldados nazis a las órdenes de un sargento. Fuertemente armados, los alemanes pidieron entrar para registrar el hogar ya que, según explicaron, habían seguido unas extrañas huellas de sangre hasta aquella casa.
Una curiosa cena de Navidad

La tensión podía cortarse con un cuchillo de combate, y no se calmó cuando los nuevos visitantes preguntaron si había en el interior de la casa algún enemigo del Führer. «La dueña no se dejó impresionar y respondió desafiante: «Americanos». Los alemanes empuñaron sus armas, dispuestos a irrumpir en la estancia, cuando ella les dijo con calma: «Vosotros podríais ser mis hijos, y los que están aquí dentro también». «Uno de ellos está herido –continuó- y están cansados y hambrientos, así que entrad, pero esta noche nadie tiene que pensar en matar», completa el experto español en su obra.

Los nazis decidieron deponer sus armas y sentarse a la mesa con sus enemigos
A su vez, la tierna señora invitó a los soldados de la Wehrmacht a cenar. En principio, los nazis no supieron cómo reaccionar. Indecisos, los soldados miraron perplejos a su superior quién, increíblemente, ordenó a sus subalternos deponer las armas. A continuación, y para asombro de los norteamericanos, los alemanes, pidieron permiso para pasar y se fueron sentando a la mesa junto a sus, hasta ese momento, enemigos.

«Poco a poco, las prevenciones se fueron disipando y la cena acabó discurriendo por unos impensables cauces de compañerismo. Al final, todos entonaron canciones navideñas. (…) A la mañana siguiente, aquella amistad surgida durante la cena no se había esfumado con la llegada del nuevo día; los soldados alemanes indicaron a los americanos como llegar hasta sus propias líneas», finaliza el autor de «Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial».

Cuatro preguntas a Jesús Hernández
1-¿En qué situación se encontraba el 24 de diciembre la ofensiva alemana de las Ardenas?
Curiosamente, podemos considerar que fue el 24 de diciembre cuando la batalla cambió de signo. Los alemanes habían alcanzado su punto de mayor penetración, superando sus líneas de abastecimiento. Además, el día anterior mejoró el tiempo, por lo que la aviación aliada pudo comenzar a operar. A partir de ahí, pese a llevar a cabo algún contraataque, la ofensiva alemana se vio detenida; la Navidad de 1944 fue muy favorable a los Aliados.
2-¿Qué cree que pudo motivar esta reacción por parte de los alemanes? ¿Tuvo algo que ver el espíritu navideño?

Sin duda, la insólita reacción de los soldados alemanes se vio influida por ese espíritu navideño porque en esos momentos de la batalla de las Ardenas no era infrecuente el asesinato de prisioneros a sangre fría por ambos bandos. Los ánimos estaban muy exaltados, lo que pone en valor su actitud. Aunque es muy probable que, si se hubiera tratado de soldados fanatizados de las Waffen-SS, esa noche hubiera acabado de forma muy diferente.

3-¿Penaban los nazis con el fusilamiento el esconder o ayudar a prisioneros norteamericanos?
La pena a aplicar en casos como éste dependía del criterio de los mandos, que podía variar desde hacer la vista gorda a la ejecución, pasando por el envío a un batallón de castigo. Los soldados alemanes contrajeron un grave riesgo actuando como lo hicieron.
4-Al parecer, y según se cuenta, los protagonistas de esta escena se volvieron a reunir 50 años después. ¿Tiene constancia de ello?

Sí, en 1995 se reunió el hijo de la señora de la casa, que residía en Hawaii desde 1958, con los soldados norteamericanos. De los soldados alemanes no se volvió a saber nada.
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